ARTICULO 39 CPEUM. LA SOBERANIA NACIONAL RESIDE ESENCIAL Y ORIGINARIAMENTE EN EL PUEBLO. TODO PODER PUBLICO DIMANA DEL PUEBLO Y SE INSTITUYE PARA BENEFICIO DE ESTE. EL PUEBLO TIENE EN TODO TIEMPO EL INALIENABLE DERECHO DE ALTERAR O MODIFICAR LA FORMA DE SU GOBIERNO.

lunes, 28 de diciembre de 2015

"España y México: ¿Podemos?" (Revista Proceso, 27 de diciembre, 2015)

Pablo Iglesias, líder de Podemos
 John M. Ackerman

En las elecciones del domingo 20 de diciembre en España al presidente Mariano Rajoy le fue tan mal como a Enrique Peña Nieto en los comicios del pasado 7 de junio en México. En ambos casos el partido en el poder, el Popular (PP) de Rajoy y el Revolu­cionario Institucional (PRI) de Peña Nieto, recibió únicamente 29% del respaldo popu­lar. Los españoles y los mexicanos también castigaron duramente a los tradicionales partidos de oposición. Tanto el PSOE en Espa­ña como el PAN y el PRD en México sufrieron graves reveses electorales en 2015. De mane­ra simultánea, de ambos lados del Atlántico emergieron nuevas opciones políticas: Pode­mos y Morena a la izquierda, y Ciudadanos y los candidatos “independientes” a la derecha.

En España, el PP de Rajoy lame hoy sus heridas, transforma su discurso y lucha desesperadamente para armar una coalición parlamentaria que le permita mantenerse en el poder. Los medios y la población españoles comentan sobre la llegada de una nueva épo­ca en la política nacional en que los partidos tradicionales tendrán que compartir espacio y ceder el liderazgo nacional a los esfuerzos políticos emergentes.

En contraste, en México al parecer todo sigue igual. Peña Nieto se mantiene tan cí­nico como siempre, reprimiendo maestros, vendiendo el país, protegiendo corruptos y aprobando leyes regresivas. La militariza­ción de la reforma educativa, las recientes licitaciones petroleras a una serie de empre­sas patito de nueva creación, el fracaso de la acusación penal en contra de Arturo Escobar, los nulos avances en el caso Ayotzinapa y el Constituyente amañado para el Distrito Fe­deral, son, todos, signos de que poco o nada ha cambiado en nuestro país.

Pero las apariencias con frecuencia en­gañan. Los desenlaces políticos diferentes frente a resultados electorales similares son sólo efectos temporales de los diseños insti­tucionales en los dos países.

España tiene un sistema parlamentario en que el jefe del gobierno surge del Parla­mento y solamente puede mantenerse en el poder si alcanza mayoría en ese órgano legislativo. En este tipo de sistemas las cri­sis de legitimidad por lo común encuentran más rápidamente un cauce institucional, ya que la autoridad central depende del respal­do de la población expresado en constantes elecciones parlamentarias. Si México contara con un sistema de tal naturaleza, Peña Nieto sin duda hubiera tenido que hacer maletas desde hace mucho tiempo.

En contraste, en sistemas presidencia­les como el mexicano la política nacional es menos sensible en el corto plazo a las crisis de legitimidad. El hecho de que el titular del Poder Ejecutivo es elegido de manera direc­ta por la población por un periodo prede­terminado lo protege temporalmente de la opinión pública. Sin embargo, precisamente esta falta de flexibilidad de los sistemas pre­sidenciales es lo que genera las condiciones para cambios políticos demasiado bruscos al término de cada periodo de gobierno.

En suma, mientras los sistemas parla­mentarios permiten que el sistema políti­co vaya amortiguando y asimilando poco a poco las transformaciones sociales, en los presidenciales la tormenta ciudadana tiene más tiempo para acumular fuerza en preparación para su desenlace defi­nitivo durante las próximas elecciones presidenciales.

En España, el nuevo partido Podemos logró colocarse muy rápido como una fuerza importante dentro del Parlamento y sus líderes ya se encuentran en un proceso de negociación para posiblemente formar parte de una nueva coalición de gobierno. Su incorporación al gobierno implicará por necesidad un alejamiento de sus bases sociales, así como una moderación de su compromiso con la transformación de la política nacional. Asimismo, las posiciones de Podemos sin duda se verán afectadas por el fuerte giro a la derecha en toda Eu­ropa a raíz de la crisis de los refugiados de Siria y los ataques terroristas en Francia.

En contraste, en México nos restan to­davía dos largos años para construir y for­talecer la nueva alternativa ciudadana des­de la izquierda. En nuestro país tenemos también la gran ventaja de contar con una Constitución mucho más avanzada que la española, sin Rey y con un amplio menú de derechos económicos y sociales. Asimismo, en México nunca vivimos una dictadura to­talitaria como la de Francisco Franco, quien gobernó con mano de hierro durante cuatro décadas (1936-1975), lo cual institucionalizó una cultura política con fuertes tendencias fascistas muy diferentes a la cultura políti­ca mexicana, forjada por siglos de luchas y reivindicaciones sociales.

La sordera, el cinismo y la inflexibilidad del régimen autoritario mexicano constitu­yen su Talón de Aquiles. Mientras Aurelio Ñuño hace campaña encarcelando maes­tros, Manuel Velasco comprando votos y Manlio Fabio Beltrones privatizando la po­lítica, 81% de la población mexicana que se encuentra insatisfecha con el funciona­miento de nuestro sistema político (véase Latinobarómetro 2015; va tejiendo paso a paso las redes, las relaciones y las propuestas necesarias para finalmente hacer valer la soberanía popular en 2018.
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Publicado en Revista Proceso No. 2043
(C) John M. Ackerman, todos los derechos reservados

lunes, 14 de diciembre de 2015

"La revancha mexicana" (Revista Proceso, 13 de diciembre, 2015)

Donald Trump y Enrique Peña Nieto
John M. Ackerman

Somos testigos de un colapso generalizado, a nivel global, de las viejas estructuras y coordenadas de la política democrática. En Estados Unidos y Francia, personajes como Donald Trump y Marine Le Pen, que en otros tiempos serían figuras marginales generadoras de interés sólo en pequeños círculos ultra-reaccionarios, hoy ocupan una posición absolutamente central en los debates de sus naciones. Mientras, en Argentina, Venezuela y Brasil, la derecha neofascista también avanza con paso firme hacia la ocupación de las instituciones públicas de las cuales ha sido excluida desde los inicios del siglo XXI. Pero, simultáneamente, en países con una larga historia autoritaria, como España, Grecia, Bolivia y Ecuador, se construyen nuevas opciones políticas y se consolidan las trayectorias de gobiernos progresistas.

Es un error conceptualizar la coyuntura mundial actual como simplemente de avance de la derecha o de “agotamiento” de los gobiernos de izquierda. Lo que ocurre es algo mucho más profundo. Nos encontramos en medio de un rompimiento histórico con la estéril mitología del “centro democrático” o “tercera vía” como una solución a los problemas de la humanidad. Los pueblos están buscando soluciones cada vez más contundentes y palpables a sus problemas cotidianos y empiezan a elegir aquellas opciones que prometen nuevas salidas de transformación social.

En algunos países la derecha es el actor político que, con base en mentiras, provocaciones y carretadas de dinero, ha cosechado inicialmente los frutos del río revuelto de desesperación, miedo e indignación. Donald Trump, Marine Le Pen, Mauricio Macri y Leopoldo López hoy se regocijan con sus triunfos sobre el viejo sistema político. Sin embargo, es muy difícil imaginar que ellos podrán satisfacer realmente las demandas de mayor bienestar y seguridad de sus pueblos. Su servilismo a los intereses internacionales más retrógrados forzosamente les empujará a dar la espalda a sus propios connacionales, tal y como ha ocurrido en México con Enrique Peña Nieto.

Quienes tendrían mayor potencial para sacar provecho de la actual coyuntura de inestabilidad y reconfiguración política global son los movimientos ciudadanos y políticos de abajo. Este sector es el único que tiene una posibilidad real de articular una nueva visión más auténtica de la política como un espacio de construcción de utopías y de control férreo sobre los poderes despóticos.

Lamentablemente, quienes nos encontramos del lado de los pueblos, en lugar de reconocer nuestras enormes fortalezas, solemos hundirnos en el derrotismo y la depresión. Nos resulta más cómodo escondernos atrás del lamento fácil de que supuestamente todos nuestros compatriotas serían “apáticos” o “agachados”, en lugar de abrazar y apoyar la infinidad de muestras de conciencia y de participación que nuestros hermanos nos dan todos los días.

En México la situación es particularmente trágica. Muchos de los mismos periodistas, comentaristas y ciudadanos supuestamente ultraconcientizados que se quejan de la supuesta apatía de sus vecinos y colegas, son los primeros en descalificar a uno de los movimientos más importantes de la historia reciente: el de los maestros en lucha contra una supuesta “reforma educativa” cuyo único fin es destruir el legado público y humanista del sistema educativo nacional. Simultáneamente, muchos de los líderes magisteriales de la combativa, consciente y valiente Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) han tomado la actitud contraproducente de dar la espalda a las ofertas de alianza y de trabajo en conjunto que provienen de quienes tienen la ilusión de tomar control sobre las instituciones públicas por la vía de las urnas.

Tanto los críticos de café como los líderes sociales sectarios fortalecen el sistema de autoritarismo neoliberal que hoy tiene postrada a la nación. Este sistema depende precisamente de las divisiones entre la clase media urbana y los movimientos fuera de las grandes urbes, así como entre los movimientos sociales y la acción política-electoral. Un posicionamiento auténticamente “antisistémico” rompería de tajo con los mecanismos de división, cooptación y represión propios del sistema priista para construir juntos un nuevo bloque histórico basado en la confluencia entre la infinidad de diferentes luchas que se manifiestan todos los días en las calles y las plazas de la República Mexicana.

Independientemente de lo que uno puede opinar a favor o en contra de los líderes o las causas específicas de un movimiento u otro (CNTE, Morena, Ayotzinapa, policías comunitarios, “Democracia UNAM”, Corredor Chapultepec, etcétera), tenemos que darnos cuenta de que todos son ejemplos de la enorme voluntad de participación y de cambio que hoy existe en México. En lugar de buscar pretextos para descalificar los métodos o las ideologías de los otros, habría que extender una mano generosa en apoyo a todas las causas justas.

Con el fin de poder sobrellevar la próxima coyuntura electoral de 2018, la oligarquía ya prepara una potente aspirina para adormecer temporalmente el agudo dolor ciudadano que todos sufrimos. Es altamente probable entonces que México siga el camino de Estados Unidos, Francia, Venezuela y Argentina con la consolidación definitiva de nuestro narco-Estado autoritario. Sin embargo, también queda abierta la posibilidad de dar una contundente lección histórica no solamente a los oligarcas corruptos que hoy nos malgobiernan, sino también de volver a colocar a México como un sitio estratégico para la renovación de la esperanza ciudadana en el mundo entero, tal y como lo hicimos en 1994 y quisimos repetirlo en el 2000.

La salida de emergencia se encuentra a los ojos de todo el mundo. Solamente falta dar un paso adelante y, juntos, empujar fuerte y de manera coordinada para poder asomarnos a la luz de un nuevo régimen. 

Twitter: @JohnMAckerman

Publicado en Revista Proceso No. 2041
(c) John M. Ackerman, Todos los derechos reservados